Sevilla y el turismo de maratones



Por fin alguien se ha tomado el Maratón de Sevilla como un reclamo turístico. En las últimas ediciones, demasiadas, la mítica distancia transitaba por polígonos industriales y frías avenidas periféricas en las que el maratoniano –siempre en lucha interna, siempre preguntándose qué demonios hace metiéndose soberana paliza matutina– encontraba pocos apoyos que sumar al amor propio de terminar la prueba. Y si así era para el corredor local, hay que ponerse en la piel del que se desplazaba desde otra ciudad e incluso otro país. De acuerdo, no vamos a volver a situar la meta en la Plaza de España como sucedía antaño, hay que darle algún uso al Estadio de la Cartuja, pero no dejemos de conducir al deportista por el núcleo monumental de Sevilla y a ver si así alguien se anima. Se trata de atraer al turista, pero sobre todo de hacer que el maratón crezca. Este año, con cambio de circuito y cuatro medidas para difundirlo, las inscripciones se agotaron a final de enero.

7.150 deportistas tomarán la salida el próximo 24 de febrero. Está muy lejos de los cerca de 50.000 del Maratón de Nueva York 2012, de los que unos 20.000 eran extranjeros, y todos se quedaron sin correr porque los servicios públicos andaban manga por hombro deshaciendo los estragos del huracán Sandy. 45.000 corren cada año en Chicago, 40.000 en Berlín, 36.000 en Tokio, 30.000 en Londres y 20.000 en Boston. Son los seis majors y Sevilla no está para competir con ellos. Pero la pregunta no es cuántos turistas van a venir apostando por el llamado turismo de maratones, sino por qué renunciar a ellos.